EL DUELO EN LOS NIÑOS
El duelo en los niños: cómo comunicar la muerte de un ser querido
El duelo en los niños
Qué difícil situación la de hablar a los niños de la muerte. En esta sociedad tanatofóbica en la que vivimos, la muerte nos resulta intolerable siquiera en el pensamiento, cuánto más en la palabra y cuánto más si tenemos que usarla para causar un dolor profundamente desgarrador en un niño o una niña muy cercanos, tal vez nuestros propios hijos.
La pregunta que siempre surge es ¿cómo hacerme entender? Y la respuesta es sencilla de escribir, no de hacer, soy muy consciente. Pero los adultos explicamos millones de cosas a las mentes curiosas y ávidas de los niños y casi siempre nos entienden, casi siempre logramos encontrar la forma, las palabras, los ejemplos, las metáforas. Lo primero que puedo decirte, por tanto, es que seguro que lo harás bien, seguro que encuentras la manera de hablar con el corazón. Pero estas reflexiones pueden ayudarte.
Una de las premisas más importantes es decir la verdad, la verdad aunque duela.
Tendemos a proteger a los niños de lo que sabemos que les causa dolor cuando el dolor más intenso y más duradero, el más perjudicial, tiene que ver con la ocultación y con la ambigüedad. Permitamos a los niños saber, sentir, acompañar, despedirse, participar en rituales… todo lo que facilita la aceptación de una realidad que no por dolorosa deja de ser realidad.
Hay una idea que en estos casos también ayuda. Si un niño es capaz de hacer una pregunta, es porque está preparado para escuchar la respuesta. Permitamos preguntar, saber, llegar al fondo si eso lo que reclaman. No demos la idea con nuestros silencios o nuestra evasiones, con nuestra propia dificultad de afrontar el dolor, de que hay algo que no puede ser nombrado. Lo que no puede ser nombrado no puede ser pensado. Lo que no puede ser pensado no puede ser digerido. Lo que no puede digerirse hace más daño que la verdad.
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EL DUELO EN LOS NIÑOS
Los niños, tanto o más que los adultos, necesitan tener claro que la muerte es una situación definitiva, que de la muerte no se vuelve. Es muy importante evitar cualquier forma de comunicar, cualquier recurso que pueda dar una idea diferente. Como hablar del cielo como un lugar donde el abuelo o mamá nos estarán esperando, donde podremos volvernos a reunir felices en el futuro… La idea a trasladar es que “la hermanita ya no está con nosotros, y ya no va a volver porque ha muerto”. No ha ido a ningún lugar de donde pueda volver. Ha dejado de vivir. Nos pasa a todos, nos pasará a todos, y esto causa muchísimo dolor, muchísimo echar de menos, una tremenda añoranza, el deseo contundente de volver a tocarse y a verse, pero ya no puede ser. La muerte es definitiva.
Igualmente debe quedar claro a los niños que la muerte es universal, que todos morimos. Y sí, también ellos van a morir. Deseamos que sea dentro de muchísimo tiempo. Deseamos que vivan una larga vida llena de salud y plenitud. Y es más probable que ocurra así que de otro modo, pero todos morimos.
Y morimos por diversas causas, no siempre por enfermedad. Esto también debe quedar claro. Ponerse malito no quiere decir que se vaya a morir. Estar enfermo no siempre conduce a la muerte.
Es necesario permitir la ventilación emocional, la expresión de los sentimientos, cualquiera que estos sean, por más miedo que nos den. Y no hay mejor forma de legitimar la expresión de un sentimiento en los niños que permitiéndonos a nosotros mismos sentir y expresar el sentimiento de manera genuina.
Olvidémonos del “no quiero que los niños me vean llorar, tengo que estar entero y fuerte para ellos”, porque esto lanza el mensaje de que es lo que hay que hacer, que no hay que perturbar, que no se puede uno venir abajo, que hay que mantener el tipo. Y no. Hay que dar cabida al sentimiento, hay que permitirle aflorar para que no se estanque. Que dibujen, que hablen, que lloren, que jueguen el acontecimiento. No os asustéis por ello. Son saludables expresiones del dolor que ayudan a asimilarlo.
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