Respuesta al estrés ante el Covid 19 y el confinamiento en casa
LA RESPUESTA DE ESTRÉS FRENTE AL COVID-19 Y SU INFLUENCIA EN NUESTRA SALUD FÍSICA Y EMOCIONAL
Estres y Coronavirus
A raíz de la crisis del Covid-19 y de las estrategias puestas en marcha por parte de los gobiernos en aras de su control, la población se ve empujada a vivir una situación inédita. Lo novedoso de este contexto puede llevarnos a sentir emociones hasta ahora no experimentadas o por lo menos no con tanta intensidad, que no serían sino el resultado de potentes interpretaciones relacionadas con el contexto vital en el que nos encontramos y también con la propia enfermedad y su sintomatología.
El propósito de estas líneas es relacionar diferentes factores que pueden estar operando en esta situación de pandemia del coronavirus tan extraordinaria y novedosa, como la más que probable respuesta de estrés a este nuevo contexto, el efecto de esta respuesta en nuestro sistema inmunológico, sus consecuencias potenciales como la merma de las defensas de nuestro organismo y un incremento del riesgo a contraer potenciales infecciones que pueden no guardar absolutamente ninguna relación con el Covid-19.
Es ese debilitamiento de nuestro sistema inmunológico el que facilita la aparición de infecciones oportunistas que nos llevan a caer enfermos y desarrollar una sintomatología similar, llevándonos, en última instancia, a interpretarlo de forma posiblemente errónea y que finalmente se traduciría en un incremento del afecto negativo inicial.
Cuando hablamos de respuesta de estrés, nos referimos, de forma muy resumida, a aquellas estrategias o “movimientos” que lleva a cabo nuestro organismo para aplacar las consecuencias emocionales de aquellos “estímulos” que generan dicha respuesta emocional. Es decir, consiste en lo que hace nuestro cuerpo para afrontar lo que se le viene encima. La respuesta de estrés consta de “señales” en algunos casos perceptibles por nosotros -aumento de la tasa cardíaca, incremento de la sudoración, tensión, etc.- y en otros casos imperceptibles, como el incremento de los niveles de cortisol en sangre.
El cortisol u hormona del estrés es una sustancia segregada por las glándulas suprarrenales en momentos donde el organismo tiene que responder a contextos o situaciones de alta exigencia.
Su función básica es “espabilar” al cuerpo para enfrentarse a estímulos percibidos como potencialmente peligrosos. En el reino animal, consta de una función primordial para enfrentar acontecimientos de defensa y/o ataque.
En nuestro caso, si bien es obvia nuestra pertenencia al reino animal, su función es importante en momentos de estrés, donde a nuestro organismo se le demandan más recursos. La respuesta de estrés, en proporciones adecuadas, puede ser de ayuda en periodos de exigencia elevada, como una época de exámenes o una competición deportiva.
No obstante, una respuesta de estrés sostenida y no acotada a situaciones pertinentes puede generar en nuestro organismo estragos que no harían sino contribuir a empeorar nuestro estado de activación inicial.
Como decíamos anteriormente, el cortisol tiene un efecto devastador en nuestro sistema inmunológico si su liberación se lleva a cabo durante periodos prolongados de tiempo.
Traten de recordar ustedes periodos donde se enfrentaron a altas dosis de estrés. Ejemplo de ello son, como decíamos, periodos de exámenes o épocas duras en el trabajo. Es probable que también recuerden caer enfermos tras estas épocas de alta exigencia.
Este es el efecto del cortisol. Si bien nos sirve a modo de “impulso” para afrontar esas rachas, como si de un café se tratara, también tiene la contrapartida de torpedear nuestro sistema inmune dejándolo al albur de otros patógenos, produciéndose así la enfermedad.
Es entonces, cuando empezamos a sentir los estragos del cortisol en nuestro organismo, reflejados en unos primeros síntomas de enfermedad, que nuestros pensamientos se disparan e interpretan estos síntomas de forma catastrofista. Volviendo a nuestro contexto actual, y teniendo en cuenta lo que ya se ha comentado anteriormente, es posible que, al más mínimo indicio de tos, congestión nasal, inflamación de la garganta o décimas de fiebre, automáticamente pensemos que estamos infectados por el Covid-19. Esto, sumado a la sobreexposición de información sobre el virus y su sintomatología (enormemente común, dicho sea de paso), hace de nuestra lectura de la situación un cóctel perfecto para alimentar el ciclo del que hemos hablado.
De todo esto se desprende la enorme necesidad existente de mantenerse tranquilo frente a cualquier tipo de estímulo disparador de interpretaciones catastrofistas. El peligro de asumir como veraz el pensamiento de un potencial contagio, dejando de lado otras posibilidades no más plausibles pero sí más tranquilizadoras conlleva un riesgo evidente para nuestra salud física y emocional. Para ello, es importante tener en cuenta varias cosas: la época en la que se ha presentado la pandemia por Covid-19 es también época de gripes y alergias. No cualquier tos tiene por qué ser automáticamente signo de estar contagiado de Covid-19. No todo el mundo está contagiado y no tenemos por qué contagiarnos si seguimos unas normas mínimas de higiene y protección para nosotros y para los demás. Si llegamos a contagiarnos muchas veces no desarrollaremos síntomas. Por tanto ocuparnos de cuidarnos y cuidar a otros, sin preocuparnos en exceso es ahora mismo nuestra vía de salud para mantener nuestro sistema inmune fuerte ante esta adversidad inesperada que nos toca atravesar de la mejor forma que todos y cada uno podamos.
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Autor: Alvaro Narvaiza