Mecanismo de defensa ante el trauma: La disociación

La disociación como defensa y protección del trauma

¿Qué es la disociación?

Los seres humanos tendemos a tener una mente integrada: sabemos que somos nosotros mismos a lo largo de nuestra vida, independientemente de las situaciones que vivamos. Yo soy que soy yo en todas las situaciones, desde la infancia a mi edad adulta y la vejez. Pero haga lo que haga, me pase lo que me pase, cambie de forma de ser o madure, siempre soy la misma persona.

Mi mente sabe que todo forma parte de un concepto: el YO y que siento y pienso cosas diferentes. Esto es lo que se llama integración y se va formando a lo largo de nuestra vida gracias a las personas que nos cuidan, regulan nuestras emociones y nos dan seguridad, nos enseñan cómo es el mundo y responden a nuestras necesidades de manera ajustada y adecuada. Por ejemplo: si el niño llora porque está aterrado, lo calman suavemente, con voz tranquila, entendiendo el por qué de su lloro y su miedo, están en consonancia afectiva con el niño. Tener un apego seguro o estable y un ambiente alejado del caos y del trauma parece fundamental para una buena integración de nuestra conciencia. ¿Qué pasa cuando estas características no se dan? Pues que nuestro concepto del Yo puede verse cuestionado.

Otra forma de integración es la que se siente a nivel mente-cuerpo: nosotros somos consientes, en mayor o menor medida, de las sensaciones corporales, sentimientos, emociones y pensamientos que tenemos y cómo se relacionan con el ambiente.

Entonces ¿qué pasa cuando no tenemos relaciones sanas que nos guíen en esta integración de nuestro concepto? ¿Qué pasa si estamos expuestos a vivencias traumáticas? ¿Y si nuestras figuras de seguridad no son coherentes o nos maltratan? ¿Qué pasa si algo que sucede en nuestro cuerpo no es tolerable para nuestra mente?

La disociación sería una situación “contraria” a la integración. Nuestra mente se fragmentaría produciendo momentos que no somos conscientes de por qué hacemos una cosa u otra, creando amnesia e incluso dividiendo en partes nuestra mente. ¿Y por qué hace esto la mente? Pues bien porque no hemos tenido personas importantes y consistentes que nos ayudaran a crearnos una visión integrada de nosotros mismos, o bien porque hemos estado expuestos a situaciones traumáticas en nuestra vida, especialmente en la infancia, donde hay menos capacidad de integración.

Os dejo dos definiciones para aclarar el concepto:

Putman define la disociación como un proceso que produce una alteración en los pensamientos, sentimientos o actos de una persona de forma que, durante un periodo de tiempo, ciertas informaciones que llegan a la mente no se asocian o integran con otras, como sucede en condiciones normales.

Steinberg se refiere a ella como una “compartimentalización de la consciencia”, que indicaría como ciertas experiencias mentales que “deberían” procesarse juntas y al mismo tiempo (pensamientos, emociones, sensaciones, recuerdos y el sentido de la identidad), se encuentren aisladas unas de otras sin ser accesibles a la consciencia o a la recuperación voluntaria por parte de la persona.

Hay que indicar que los autores no se ponen de acuerdo en ciertos aspectos de la disociación: Algunos de ellos la exponen como un fenómeno natural y normal, hablando de una especie de continuo que iría desde una disociación que es cotidiana e incluso adaptativa (por ejemplo, conducir y perder la noción del tiempo) y otra disociación que sería extrema, donde se encontraría el Trastorno de Identidad Disociativo (TID, antes conocido como personalidad múltiple), encontrándose entre los dos extremos diferentes síntomas disociativos. Otros autores, sin embargo, han descrito la disociación como un mecanismo de defensa que puede llegar a ser patológico.

¿Por qué se disocia la mente?

Como he dicho anteriormente, necesitamos figuras de apego capaces de darnos un sentido unificado de nosotros mismos. Los niños que tienen padres incoherentes o con trastornos mentales suelen desarrollar lo que se conoce como un patrón de apego Desorganizado-Desorientado (tipo D). Sus madres pueden estar a veces asustadas del niño y otras veces ser agresivas con él, por lo que el pequeño va generando múltiples conceptos de sí mismo y de los demás que son incompatibles entre sí, lo que impide la integración del YO.

Estos padres también tienen tendencia a la inversión de los roles con el niño, siendo ellos los que buscan el consuelo en el niño y no al contrario, por lo que el niño no encuentra seguridad y no puede tener un concepto sólido de su personalidad.

Pero es especialmente en el trauma cuando hay mayor riesgo de generar disociación, ya que la mente “no puede hacerse cargo” de ciertas situaciones que son demasiado duras para poder ser vividas. En este caso la disociación sería un intento de la mente por protegerse de algo que no puede tolerar, algo que, si lo viviéramos plenamente, nos haría demasiado daño. Es lo que se conoce como la disociación como defensa o defensas disociativas.

Otro tipo de traumas también pueden generar cierta disociación: muertes, accidentes graves, etc. En este momento la mente no puede procesar todo lo que está ocurriendo por lo que debe disociar ciertos estados o emociones (el dolor, el miedo…). 

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La relación entre el trauma y disociación

La disociación se puede ver como un intento de la mente para protegerse de una situación traumática o bien como una consecuencia de un trauma. Cuando un hecho es emocionalmente muy perturbador, la mente se fragmenta para poder soportarlo o sobrevivir a él. Esto se produce porque los seres humanos, como animales que somos, tenemos tres mecanismos para poder hacer frente a una situación peligrosa: la lucha/defensa, la huida o la disociación o parálisis (congelación en animales). Cabe pensar que un niño lo tiene muy difícil tanto para huir como para defenderse de un adulto que intenta hacerle daño, y más si este adulto es el mismo que en otras ocasiones le provee seguridad y cariño. Entonces, si el niño no puede huir o defenderse, lo único que puede hacer su cuerpo es congelarse o paralizarse, mientras que su mente se disocia o evade. Veamos un ejemplo:

Un niño percibe que su padre llega, como muchas otras veces, borracho a casa. Ya sabe qué va a pasar después y ha aprendido que huir o protestar lo único que provoca es más ira en su padre. El terror se apodera de él y su cuerpo se paraliza, es la mejor opción para sobrevivir. Mientras está siendo maltratado su mente, que no puede soportarlo, imagina que eso le está pasando a su cuerpo y no a él. Él está jugando en otro lado y su padre no es un maltratador.

Si esto se repite la disociación que en ese momento actúa como un amortiguador y un salvavidas para el niño, puede volverse crónica e incluso patológica. Los estudios demuestran que los Trastornos Disociativos graves se producen como resultado de traumas psicológicos graves y repetidos cometidos generalmente en la infancia. De este modo se puede entender la disociación como un intento de protección de la mente frente a un abuso o maltrato repetido e intolerable a nivel emocional, algo que nos perturbaría enormemente y que es mejor “no vivir conscientemente”. El problema de esta defensa es que, repetida en el tiempo, fragmentará nuestra mente creándonos sufrimiento e impidiéndonos superar los traumas sufridos.

Sin embargo hay que señalar que aunque se sabe que el trauma y la disociación están conectados, también parece que no de forma directa ni exclusiva. Una persona que ha sufrido trauma infantil puede desarrollar diferentes patologías que pueden variar desde depresión y la ansiedad a una mala autoestima, conductas autodestructivas, abuso de sustancias o trastornos de la personalidad en la edad adulta. Otros factores parecen estar relacionados en qué tipos de síntomas generarán los traumas infantiles.

Sea como sea, la disociación necesita un trabajo con psicólogos especializados, debido a las consecuencias negativas que puede generar en la vida de la persona.

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Autora Sara Sarmiento

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