Trastornos de personalidad

Los trastornos de la personalidad: el papel de la cultura y la sociedad

Qué son los trastornos de personalidad

Personalidades excesivamente dependientes, desconfiadas, excéntricas, explosivas, engreídas… Personas que se aíslan, que sienten que no conectan con nadie, que nadie las comprende… 

Gente que sufre por cosas que a los demás les parecen insignificantes, que cambian de humor rápida e intensamente… borderlines, peeterpanes, adivinadores o conversadores con lo celestial, histéricos, autoexigentes en grado superlativo… Usamos todas estas palabras en el lenguaje coloquial porque es una realidad mucho más presente de lo que podemos reconocer.

¿Cuál es la distinción entre rasgo de la personalidad y trastorno de la personalidad? ¿Cuándo una “fuerte personalidad” es más bien un trastorno de la personalidad? ¿Cuál es la cuota de sufrimiento suficiente? ¿Quién debe sufrir, la fuerte personalidad o quienes les rodean? ¿Debe haber sufrimiento en todo caso?

Las definiciones que manejamos en la actualidad sobre lo que es un trastorno de la personalidad y cuántos y cómo pueden identificarse, se consideran, incluso por parte de la comunidad científica, insuficientes, deficientes o poco operativos.

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Son referencias basadas en la recopilación de un conjunto de rasgos y síntomas, y aluden a la capacidad de una persona de adaptarse y relacionarse con su medio de una forma eficaz. Sin embargo, he trabajado en consulta con personas adaptadas, y hasta exitosas a nivel social, con un trastorno de la personalidad. Por otro lado, es el propio medio el que estimula las dificultades para adaptarse a él, es la misma cultura la que promueve patrones de comportamiento y de experiencia interna que se apartan significativamente de lo que luego la propia cultura espera de los individuos. Es por esto que he preferido orientar la reflexión sobre los trastornos de la personalidad desde un punto de vista sociocultural en este artículo.

Trastornos de personalidad, cultura y sociedad

Sin tener todavía claro exactamente cómo se relacionan los trastornos mentales con las diferentes culturas y sociedades (a falta de suficientes estudios longitudinales y transculturales), sí tenemos claro que la cultura moldea la forma como el sufrimiento psíquico se expresa. Los distintos trastornos, en épocas diferentes, seguramente se definirían también por síntomas distintos.

A pesar de que muchos de los sufrimientos humanos son esencialmente los mismos, el malestar ha ido adoptando maneras diferentes de presentarse. Por tanto, hay algunas reflexiones que debemos realizar como individuos y como sociedad. Porque la salud de las personas es un claro reflejo e indicador de la salubridad de la que gozan nuestras sociedades.

Un trastorno de la personalidad es un trastorno que se produce fundamentalmente en la identidad, y la identidad resulta de un proceso de construcción “entre conciencias” (intersubjetiva) que se expresa muy resumidamente en un “yo pienso que tú piensas que yo pienso…” desde que nacemos. Así es fácil entender que construimos quienes somos a través de un diálogo continuo con todo lo que nos rodea: otros individuos, la sociedad en la que vivimos, las especificidades de su cultura… Empezando con la primera relación, la más significativa: la relación de apego niño-cuidadores.

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Pero sin acabar en ésta, sino actualizándose permanentemente con todas las demás: con el resto de la familia, con los iguales, las relaciones en el trabajo, con las parejas, etc. Así, la identidad ni es una esencia ni es inmutable.

No podemos profundizar en los aspectos macrosociales de los trastornos de la personalidad en esta entrada, pero cabe subrayar la importancia de la tecnología y los mass media en la configuración de la personalidad. Cito a  Cristina Rodríguez Cahill en estas importantes palabras:

“…padres y profesores se quejan cada vez más de las dificultades para poner límites a los niños, llegando a ser tiranizados o agredidos por ellos. Dado que las formas sociales y culturales ofrecen poca estabilidad, y la comunidad y la familia aportan poca contención y normas al individuo, los niños pierden la capacidad de elaborar sentimientos y pensamientos, volviéndose impacientes, incoherentes e impulsivos. La falta de estructura social lleva a nuestros jóvenes a la inmediatez de las emociones y a la tiranía de sus deseos, configurando un individuo que busca su afirmación personal por encima de la colectiva y que toma elecciones desde el  deseo y no desde el deber.”

A un nivel micro, se consideran factores de riesgo el desarraigo familiar, la movilidad geográfica, la pobreza, los modelos sociales disfuncionales y contradictorios, los entornos invalidantes, los divorcios complicados, el maltrato y los abusos sexuales, los patrones de crianza inconsistentes, la autoridad laxa y los padres con trastornos mentales.

Algunos de estos factores no pueden evitarse. Pero hay otros sobre los que es necesario y urgente reflexionar y que deberían estar en la base de la toma de decisiones políticas, por ejemplo. Nuestra sociedad está enferma en muchos sentidos, y provocan enfermedad no solo la contaminación o la alimentación inadecuada o las defensas bajas. Tomemos conciencia de la importancia de los valores de justicia, equidad, solidaridad, cuidados, escucha activa, compromiso, educación, constancia y consistencia y un larguísimo etcétera, y sus repercusiones sobre la salud de la gente, no para adornarnos la boca sino para tomar decisiones coherentes que mejoren las vidas de las personas.

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Autora: Elsa García
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