El Duelo por Fallecimiento de una Mascota
El duelo por fallecimiento de una mascota
“Cerca de aquí reposan los restos de una criatura que fue bella sin vanidad, fuerte sin insolencia, valiente sin ferocidad y tuvo todas las virtudes del hombre y ninguno de sus defectos.”
Lord Byron
¿Cómo afrontar la pérdida y el duelo de mi mascota?
Las estadísticas calcularon en 2020 la existencia de un total aproximado de 6,7 millones de perros en España. Esta cifra supera, de hecho, la cantidad de niños en nuestro país.
Esta diferencia es lógica, puesto que, al fin y al cabo, tener y cuidar un perro resulta más sencillo y también económico. Dicho de otra forma, la complejidad es menor.
Esta cifra implica también que multitud de familias se enfrenten, cada año, al fallecimiento de su mascota. En el presente artículo abordaremos el proceso de duelo por la muerte de un ser más de la familia, haciendo alusión a la importancia del vínculo que establecemos con nuestro animal.
Un proceso que, además, muchas veces puede verse entorpecido por la falta de comprensión de aquellos que no lo entienden, así como por la función que puede desempeñar una mascota en las personas.
La domesticación del perro, según estudios, se inició en Europa hace 19.000 y 32.000 años. Brian Hare, antropólogo, afirma que los perros, al ser introducidos en el seno familiar de aquél entonces, cumplían una función más parecida a la del bebé humano que a la de los lobos.
En otras palabras, el perro ejerció una función más similar al humano que al de mero animal. Imaginen ustedes, por tanto, la implicación desde el punto de vista relacional y emocional de este fenómeno para quienes decidimos acoger en nuestra familia a una mascota.
Como decíamos anteriormente, las implicaciones desde un prisma relacional que tienen la introducción de una mascota en nuestras vidas no son baladí. El perro, como todos los integrantes de una familia, asume determinadas funciones.
La familia es considerada un grupo de personas que comparten vínculos de convivencia, consanguinidad, parentesco y afecto, donde aspectos como la interdependencia, el intercambio interno y externo, la capacidad de cambio o transformación o la diferenciación progresiva son esenciales.
La mascota, por tanto, se trata de una parte más del sistema, que interactúa con las demás partes, y por tanto la presencia, ausencia y vínculo que se establece con él tienen una fuerte influencia en el funcionamiento familiar.
El fallecimiento de una mascota tiene, salvo excepciones, un impacto más que notable en los integrantes de una familia, y es por ello que este suceso merece ser atendido a lo largo de este artículo.
La importancia del vínculo con una mascota
El vínculo establecido con una mascota es algo peculiar y especial, cuya singularidad puede no ocurrir con otro ser humano. Sin ir más lejos, un estudio de la Universidad Autónoma de Barcelona refleja que algo más del 60% de las personas que tienen perro les hacen confidentes de cosas que no comparten con otra persona.
Con nuestro perro nos damos ciertos permisos y llevamos a cabo ciertos actos que no haríamos con otro ser humano.
Nuestro perro no nos cuestiona ni reprime, representa para nosotros aquel soporte que muchos hubiéramos deseado tener y no tuvimos.
No es casualidad que las muestras de afecto sean tan frecuentes: Juame Fatjó descubrió que el 76% de los participantes de su estudio besan a su mascota al menos una vez al día y el 85% la abrazan con asiduidad.
Asimismo, las parejas sin hijos muestran una relación singular e intensa con su mascota. La regulación emocional que proporciona una mascota también merece ser tenida en cuenta.
No es en absoluto casualidad que los niños acudan a su perro o gato para calmar su miedo o tristeza.
Tampoco es casualidad que los adultos refieran menos soledad cuando conviven con un animal de compañía, además de suplir la necesidad de un contacto físico.
En definitiva, parece evidente que un perro supone para la persona un poderoso sustitutivo de necesidades que idealmente se satisfacen con otros seres humanos.
Además de un depositario de multitud de comportamientos que uno no se permitiría con otra persona, como las muestras de afecto o la confesión de alguna intimidad.
Dicho de forma simple, con una mascota nos permitimos hacer todo aquello que no nos permitimos con otro ser humano. Las defensas psíquicas construidas en el vínculo con el Otro brillan por su ausencia en la relación entre un perro y su dueño.
El duelo por el fallecimiento de una mascota
Dado lo comentado en el apartado anterior, parece complicado que la pérdida de una mascota pase desapercibida.
El fallecimiento de un perro no nos deja impasibles ni nos roza el hombro. La muerte de un animal de compañía nos impacta de forma intensa.
La vivencia que cada uno construye a raíz de una perdida es un fenómeno íntimo y personal.
Esto quiere decir, de forma simple, que no hay un duelo igual a otro, y que no hay vivencias iguales respecto a una misma pérdida.
Que dos hermanos hayan perdido a su perro no significa que ambos vayan a vivirlo igual por mucho que convivieran con él los mismos años de su vida.
La experiencia del duelo varía de una persona a otra, debido, entre otros aspectos, al vínculo creado con el animal o las experiencias compartidas con éste.
Es más, incluso habiendo compartido las mismas experiencias, la representación de las mismas puede variar enormemente de una persona a otra. Abreviando, el duelo es un proceso enormemente subjetivo.
El duelo es un proceso mediante el cual el individuo se resitúa tras la pérdida de un elemento crucial en su vida, y es por ello que el duelo no solamente se da como respuesta a la pérdida de un familiar o una pareja.
El duelo también se da en la pérdida de un puesto de trabajo, en el cambio de una ciudad a otra o en la pérdida de un rol o función desempeñados.
También ocurre, por supuesto, tras la pérdida de una mascota.
A pesar de que la muerte de una mascota sea algo previsible dada su esperanza de vida, resulta inevitable el sufrimiento que acarrea su pérdida.
La superación de esa ausencia implica lidiar con sentimientos tales como la incredulidad que puede provocarnos llegar a casa y que no nos reciba nadie, la tristeza que produce darnos cuenta de que nuestro animal ya no está en este mundo, la rabia debida a no haber podido disfrutar más tiempo con él/ella o la culpa de haber sido nosotros, como dueños, quienes hemos decidido haber puesto fin a su sufrimiento, pero también a su vida.
Lo singular de la muerte de una mascota es precisamente este último aspecto, es decir, que su final dependa de nosotros. No es raro sentir una enorme angustia debido a la duda que nos produce tomar esa decisión (“¿por qué ahora y no dentro de tres meses y no hace dos?”, “¿Y si realmente no está tan mal?”).
Suena injusto que nos apropiemos de los tiempos de un ser vivo, decidiendo cuándo poner fin a su presencia entre nosotros. Se trata de una decisión de una dureza descomunal.
El sufrimiento que nos produce la pérdida de nuestra mascota es un sentimiento legítimo.
Es posible que nos encontremos con personas que, por desconocimiento, nieguen esta realidad por el hecho de tratarse de un animal, haciendo alusión a que “solamente era un perro o un gato”. Invito al lector a ignorar comentarios de esa índole.
Como decíamos anteriormente, se trata de un proceso íntimo, que cada uno vive a su manera, y que depende del vínculo único que hemos establecido con él o ella. En otras palabras, merecemos dar una cabida emocional a la pérdida de nuestra mascota.
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Autor: Alvaro Narvaiza